Desde hace meses, personas, empresas, naciones y agrupaciones supranacionales nos estamos enfrentando a un conjunto de adversidades que bien podrían, en su conjunto, calificarse como mar arbolada (mar violentamente agitada, con olas de seis a nueve metros de altura).
Las personas, a nivel global, estamos recibiendo el impacto de una pandemia que afecta independientemente del país donde vivamos, que ha costado muchas vidas, y que de forma más o menos agresiva ha dañado y daña la salud de muchísimas personas. Además, nos ha obligado a gastar en elementos de protección a los que anteriormente no dedicábamos recursos. Toca la salud y también la cartera. Y la cartera más aún, por el efecto sobre la economía global, la de nuestro país, de nuestras empresas y en consecuencia sobre nosotros.
Las personas de todos los países asistimos a un encarecimiento grave de multitud de materias primas, los transportes, la energía y pronto del bien de consumo esencial llamado dinero.
Además, nuestro mundo feliz, sobre todo el de los europeos, se ha difuminado por los dramáticos efectos de una guerra de agresión contra un país europeo. Además de miles de vidas brutalmente truncadas, asistimos a la destrucción sistemática de infraestructuras y medios de producción del país agredido, y, por si fuera poco, el agresor está afectando gravemente a las cadenas de suministros y producción de alimentos con el efecto demoledor sobre las personas de países altamente dependientes de dichos suministros.
Este despertar brusco nos enfrenta con la imperiosa necesidad de reforzar nuestros sistemas defensivos para disuadir de nuevas agresiones. Es triste, con el matón del barrio no existe más regla que la disuasión. Tiene que saber que el coste de su agresión va a ser muy superior a su potencial beneficio. Y esta necesidad de nuevo afecta a las personas, porque los recursos que requiere una mejor defensa son un coste adicional que, o sale de reducir los servicios básicos, sanidad, educación, infraestructuras, I+D, vivienda, o exigirá mayor presión recaudatoria.
Consecuencia, la inmensa mayoría de los ciudadanos ven afectada su renta y con ello su calidad de vida.
Este cúmulo de adversidades, pandemia, gasto sanitario, caída de la actividad, encarecimiento de suministros, inflación, déficit, impacta de lleno a las empresas.
Unas pocas, las energéticas, están obteniendo importantes beneficios, pero para el resto la situación es muy grave. Incremento de costes, problemas de abastecimiento, dificultad para repercutirlos a los precios de venta, reducción del consumo, encarecimiento de la financiación, llevan a la caída de los resultados.
Estas mismas reflexiones son aplicables a nuestro país, al conjunto de Europa, y al resto del mundo. Por dura que sea, esta es nuestra realidad.
Cuando la mar está arbolada, son imprescindibles buenos navegantes. Lo exige a todos los niveles, a personas, empresas y países.
Cada uno a nivel individual, los gestores de empresas, los que están al frente de las administraciones públicas y de los países, estamos obligados a ser buenos navegantes.
Identificar los problemas, conocimiento técnico, experiencia, prudencia y realismo, humildad para trabajar en equipo, decencia en nuestros dirigentes, no hay milagros, es exigible que trabajen para el conjunto de la sociedad sin falsas soluciones, a largo plazo, y para todo ello, liderazgo real.
La formación es clave, el que nuestros alumnos desarrollen su capacidad, y la pongan al servicio de sus propias carreras profesionales, de sus empresas o de las administraciones públicas y la política, es nuestro objetivo esencial.
En nuestro Grupo intentamos aplicar todo esto. Es duro, no es fácil ni rápido, pero el que resiste gana. Como muestra, hoy podemos decir que con el respaldo de nuestros inversores en unos meses la primera planta de biotecnología será una realidad.
Es mar arbolada, pero seguimos rumbo.