Además de los beneficios para la salud, la incorporación de productos enriquecidos con diferentes principios activos a la dieta, representa un reto para la industria y requiere el desarrollo de normas específicas
Somos lo que comemos, la salud entra por la boca, la alimentación te preserva y te cura, son frases habituales desde siempre. La visión del alimento como fármaco es muy antigua y en ella se basa la idea y el uso de los denominados alimentos funcionales.
Son varias las definiciones de alimento funcional. Se aplica a aquel que además de sus características nutricionales añade una función específica como puede ser mejorar la salud y reducir el riesgo de contraer enfermedades. Se dice también que es el que proporciona beneficios para la salud más allá de la nutrición básica, y una definición más completa es la que describe los alimentos funcionales como aquellos que se consumen como parte de una dieta normal y que contienen elementos biológicamente activos que ofrecen beneficios para la salud y reducen el riesgo de sufrir algún tipo de enfermedad.
No tocaremos en este artículo los aspectos más técnicos desde la óptica de la medicina y nos centraremos en el concepto de gran oportunidad.
Cuando en los años 80 el gobierno de Corea del Sur empieza a desarrollar el concepto, lo hace porque necesita adelantarse a los cambios que en la salud de sus ciudadanos va a tener su creciente longevidad. Es un problema económico.
En la actualidad son bastantes los países en los que la caída de la natalidad y una esperanza de vida cada día más alta, están dando lugar a unas pirámides poblacionales envejecidas. España, Alemania, Japón… son algunos de los casos más serios.
Los gobiernos de estos países están preocupados por los efectos que esta mayor esperanza de vida conlleva. Cada día es más evidente la imposibilidad, tanto para los ciudadanos como para los gobiernos, de atender la factura de la medicina reparativa, y por tanto cobra creciente importancia la medicina preventiva. Y la comunidad científica asume que el primer paso hacia la medicina preventiva pasa por la alimentación. Por una dieta equilibrada.
La posibilidad de rebajar el gasto sanitario y prolongar la esperanza de vida
La alimentación funcional es una gran oportunidad para los gobiernos para rebajar esa factura. Una dieta equilibrada a la que se añadan, a través de algunos de los alimentos que la componen, principios activos que mejoren la salud y que reduzcan el riesgo de contraer enfermedades, generará una población más sana, activa y productiva, y por tanto menos gasto sanitario.
También es una oportunidad para los individuos. Una mejor salud hará que vivan mejor el tiempo que vivan, y ésta es la principal aspiración humana en todas las culturas. Además, tener salud es más barato para el individuo que no tenerla.
También para la industria alimentaria. Conseguir un alimento funcional requiere destinar recursos a investigar y a modificar el procesado de los alimentos. Las empresas realizan algunas de las siguientes operaciones:
-Eliminar algún componente del alimento conocido como causante de una enfermedad ( el gluten, o la lactosa,…) para ciertos individuos.
-Aumentar la concentración de algún componente o añadir uno que no está presente. Esta operación, conocida como fortificación, permitirá que la dosis del principio activo añadido se acerque a la recomendación de los organismos reguladores. Con ello disminuirán los riesgos de enfermedad.
-Reemplazar un macronutriente (como puede ser la grasa).
-Aumentar la estabilidad de un componente o su biodisponibilidad para lograr un efecto funcional de mejora de salud o reduciendo la aparición de enfermedades.
Estos alimentos funcionales cubren necesidades como, entre otras, mejorar la función gastrointestinal (las asociadas a la micro flora intestinal, tránsito, la actividad inmune,…); los sistemas redox y antioxidante (un insumo equilibrado de antioxidantes naturales y vitaminas evita la aparición de diversas enfermedades); las ayudas al feto (añadir ácido fólico); el metabolismo de macronutrientes (este es un objetivo específico del metabolismo de carbohidratos, aminoácidos y grasas).
Ejemplos ya conocidos de alimentos funcionales son los enriquecidos con omega-3 que ayudan a reducir los riesgos cardiovasculares; leche y yogures con probióticos que facilitan la digestión; cereales con ácido fólico que ayuda a reducir el número de niños que nacen con espina bífida. La lista crece cada día.
La industria alimentaria mundial está lanzando desde hace 10 años más de 500 nuevos alimentos funcionales cada año. Obtienen así diferenciación, márgenes adicionales y nuevas oportunidades de negocio.
La necesaria exigencia de rigor por parte de los reguladores
Siendo todo esto muy positivo no podemos olvidar la obligación absoluta que tienen los reguladores de exigir rigor científico a la industria. En Estados Unidos y en Europa ya existen normas que obligan a las empresas a evidenciar las ventajas que sus alimentos funcionales producen en la salud.
Los ciudadanos tienen el derecho de recibir una información veraz, que no sea una mera declaración de una parte interesada, como es la industria, sino de instituciones terceras independientes y debidamente acreditadas. Las propias empresas que hacen un buen trabajo tienen el derecho a ser protegidas ante otras que utilizan malas prácticas.
Solo aplicando una estricta supervisión por un ente externo se podrá tener certeza del resultado de salud. Con la salud ninguna trampa es tolerable.