El Gobierno acaba de abrir el período para una singular negociación de los Presupuestos del próximo año, algo absolutamente decisivo para cualquier país democrático que se precie (Europa dixit). Los elaborados por el Gobierno ante el año 2019 están tiznados con una clara orientación social y, por qué no, de un cierto toque electoralista y aunque en algunas cuestiones resulte un tanto extemporánea su formulación presente, a futuro mantienen una lógica envenenada ahora únicamente bebida a sorbos.
Cada nueva iniciativa derivada de la asignación de los mismos, bien sobre la recaudación (anuncios como la elevación de la carga fiscal sobre las rentas altas, la aplicación de tasas a las tecnológica o el aumento de los impuestos al diésel, por anotar algunos ejemplos relevantes) bien sobre el incremento del gasto (revalorización de las pensiones de acuerdo al IPC, aumento de las dotaciones a la dependencia o la recuperación del subsidio por desempleo para mayores de 52 años, meros ejemplos también), tendrá su impacto mayor, sobre todo en lo político, no tanto en el inmediato año 2019 sino, sobre todo y tal y como rezongaba aquel personaje del cómico José Mota, “¡Mañana!”.
La respuesta, en el Ponto.
En ocasiones, aunque no siempre, para entender el futuro, no hay como recurrir al pasado. Mitrídates VI, llamado también Eupator, reinó en el Ponto, Asia Menor, desde el 120 a. de C. hasta su trágica muerte final en el año 63 a. de C. Entronizado por la historia como Mitrídates el Grande, pasó a la posteridad no solo por un odio declarado e impenitente a Roma, sino también por una original práctica de supervivencia que acabó denominándose con su nombre, mitridatismo.
Mitrídates estaba destinado, en la temprana edad de catorce años, a convertirse en el heredero de un rico imperio situado en el mar Negro, ambicionado por la ya imperial Roma. Debido a las rencillas interna y a la muerte de su padre, envenenado en un banquete, tuvo que exiliarse, regresando con posterioridad de manera triunfal. Depuso a su madre y a su hermano, encarcelándolos a ambos, para acabar convirtiéndose en un monarca avisado e inteligente, aunque despiadado y con una ambición sin límites.
Ayudado por su facilidad para los idiomas (se dice que dominaba 22 lenguas), Mitrídates concibió un amplio señorío, llegando a extender sus dominios hasta Turquía e incluso reinando sobre la envidiada Grecia. Tal fue su ansia de conquista, que Roma lo llegó a considerar un enemigo a la misma altura del innombrable Aníbal. La historia recordará aquella época con la denominación de “Guerras mitridáticas”.
Además de por su genio militar y sagacidad como gobernante, el gran Mitrídates pasaría a la posteridad por dos características muy propias. En primer lugar, su asombrosa habilidad para evitar ser capturado y rehacerse de unas devastadoras derrotas que llenaban de desconcierto a los propios romanos; y, en segundo lugar, por su dominio de los venenos, lo que le permitía evitar no solo su propia desaparición sino también localizar de manera inmediata a sus enemigos.
La pregunta, más allá del Ponto.
Eliminar rivales gracias a pócimas venenosas y letales es una práctica que se pierde en la noche de los tiempos y que, incluso, llega hasta nuestros días. Pues bien, teniendo ya experiencia sobre ello en su propia familia y como consecuencia, Mitrídates comenzó desde muy joven a inmunizarse ante todo tipo de venenos ingiriendo pequeñas dosis de todos los conocidos al objeto de defender su propio cuerpo ante todo tipo de mortíferas ponzoñas. Cada noche, ingería una pequeña dosis de “mitridato”, una sustancia compuesta de cincuenta y cuatro ingredientes diferentes, todos ellos lesivos por separado, pero no combinados ni en pequeñas dosis.
Tal fue el favorable resultado y su éxito futuro que procedió a denominarse la práctica de protegerse auto administrándose dosis mínimas de veneno como mitridatismo.
Trasladado a nuestros días, bien parece que la estrategia tomada por el gobierno actual semeje la administración de dosis no letales de tósigos con el fin de lograr mitridatizarnos. Esas porciones mínimas, incluso inoculadas y retiradas en ocasiones, no resultan mortales, pero, eso sí, inmunizan y marcan huella; no dejan de ser la demostración clara de una voluntad de continuidad. Acostumbrándonos a ingestas digeribles, nos estamos preparando para degluciones de mucho mayor calado. O, como mínimo, a dejar rastro de algo propuesto y pretendido aunque no se hubiese logrado. Pero, aún siendo la administración pequeña pero efectiva, se presagia un final abrupto.
Derrotado finalmente en la tercera guerra mitridática por el general romano Cneo Pompeyo Magno, Mitrídates tuvo que huir más allá del Ponto. Inmune a los venenos, fue mandado suicidar por su propio hijo, Farnaces II, ordenando su padre a un esclavo que le clavase la mortal espada. Tal y como nos indica la Biblia, “hablan meras palabras, hacen pactos con juramento vanos, y el juicio brotará como hierbas venenosas en los surcos del campo”. Y ya se sabe, “quien a hierro mata,…”.
P.D. Como mera curiosidad histórica anotaremos que el parricida Farnaces II, fue derrotado en la batalla de Zela por parte de Julio Cesar, quien, en aquella ocasión, ante la facilidad de su victoria, pronunció la conocida frase “veni, vidi, vinci”. El influenciable Farnaces murió en la batalla.
Por Manuel Carneiro Caneda
Consejero Delegado de IFFE Business School