Vivimos en la era de la globalización, en un mundo dinámico y de interdependencia en el que han aparecido nuevos actores, nuevos elementos que cambian las reglas del juego y la forma de pensar de la sociedad.
Reportaje de Tribuna Empresarial del Diario de Pontevedra, domingo 19 de febrero de 2017, Sandra López de IFFE Business School
Desde las últimas décadas del siglo pasado, hemos vivido un fenómeno inevitable en la historia de la humanidad que ha acercado el mundo a través del comercio de bienes y servicios, y el traslado de información, conocimientos y cultura.
La globalización ha avanzado a una velocidad espectacular en las últimas décadas gracias a la revolución tecnológica y los desarrollos en las comunicaciones, la ciencia, el transporte y la industria. Se han eliminado fronteras económicas favoreciendo la apertura de los mercados financieros a la economía mundial, y el intercambio empresarial e industrial entre distintos países; se podría decir metafóricamente que hemos pasado de ir a la “plaza de abastos” a comprar en Amazon y donde antes se creaban las industrias para cubrir las necesidades de la región o país en la que se localizaba, ahora se crea para cubrir las necesidades del planeta desde cualquier parte del mismo.
La revolución tecnológica ha conectado a todas las poblaciones entre sí y con el mundo, estableciendo vínculos entre sociedades, culturas y países diferentes, con los que compartir la tecnología, la cultura y la información, de forma que ayuden a crear soluciones para necesidades dentro y fuera del propio país.
Así, el proceso histórico e imparable de la globalización ha conseguido sembrar en una gran parte de la humanidad la esperanza. Esperanza por un mundo más justo, más solidario, más colaborativo, más respetuoso con el medio ambiente y con nuestros iguales, en dónde desaparezcan fronteras físicas, de raza, de religión, de sexo, sanitarias y económicas, en donde se establezca el estado del bienestar. Esperanza por la justicia social, por el progreso humano y por ser ciudadanos de un mundo mejor.
Este es el gran reto de la globalización, quizás un sueño con el que se inició el siglo XXI, y que hoy en día se pone en tela de juicio por una parte de esa misma humanidad que quiso soñar. Se cuestiona una globalización que crea inequidades. Desigualdades promovidas por la injusticia social, percibida como una fuente de conflicto y violencia entre individuos y países.
Todas las personas tenemos necesidades básicas comunes, que se traducen en derechos humanos fundamentales: el derecho a la propia identidad, a la supervivencia, a la educación, a expresarnos con libertad y a ser tratados con dignidad y respeto. Cuando estas necesidades fundamentales no se cubren nos encontramos frente a situaciones injustas que pueden ser evitadas: no se trata de problemas imposibles de solucionar, sino que han sido provocados por personas y persisten porque nos desentendemos de ellos con una ignorancia consciente. La decisión de promover o negar la justicia social está en manos de las personas, de cada uno de nosotros.
Hemos pasado de un mundo en dónde se comparte el conocimiento entre naciones para potenciar los avances científicos, se realizan proyectos espaciales conjuntos, en dónde se ayuda a reconstruir ciudades y países desolados por las catástrofes naturales o sanitarias, en dónde se buscan soluciones para mejorar el medioambiente o en dónde se lucha por llevar el cumplimiento de los derechos humanos a cada rincón del planeta, a un mundo, que creíamos olvidado, con miedo al progreso, con miedo a compartir, con miedo a perder lo que considera suyo y sólo suyo, con miedo a la transparencia, a la libertad de opinión y a la democracia en su más amplio significado, ….con miedo. Hemos pasado de la esperanza del diálogo a la imposición del poder. Hemos pasado de la eliminación de todo tipo de fronteras a levantar de nuevo muros que nos protegen de un supuesto enemigo creado por nuestros dirigentes. Hemos olvidado la riqueza de las diferencias discriminando de nuevo a los que no son como nosotros. No somos conscientes que en la diferencia está la riqueza y en compartirla el progreso de la humanidad.
Soplan vientos de proteccionismo: la crisis de refugiados, las políticas prometidas por la extrema derecha europea, las consecuencias del Brexit, la solicitud de EEUU de retirada del Tratado de Libre Comercio en el Pacífico y el cierre de fronteras a determinados ciudadanos, así como la vejación de las mujeres en Rusia, son algunos ejemplos que deben hacernos reflexionar sobre el futuro de la humanidad.
Si queremos un mundo mejor, con esperanza, justicia y valores, deberíamos ser capaces de asumir el reto de poner freno a estos desmanes, un mundo globalizado no debe ser la excusa para la riqueza inmoral a costa de pisotear los derechos e intereses imponiendo una nueva esclavitud. Debemos promover aquella globalización capaz de implantar la justicia social en cada rincón del planeta, porque sólo así lograremos un progreso real, pacífico, humano y civilizado.
Fotografía de © Tomas Castelazo, www.tomascastelazo.com / Wikimedia Commons /