Los retos de nuestra comunidad
Jesús Lage Fernández.
Director, Asesor y Emprendedor Digital. Director Académico del MBA de IFFE Business School.
Al reflexionar sobre lo que nos depararán estos “nuevos años 20” y cuáles son los retos de Galicia de cara a ese 2030 que ya tenemos todos en el horizonte, no puedo evitar recordar con cierto atisbo de sonrisa ese meme (del año 2016!!!) que seguro todos habéis visto. Aquel en que tras el Brexit se presentaba un roadmap de acontecimientos en forma de lista de checks que nos abocaban al apocalipsis zombie, previo paso por la, en aquel momento, imposible victoria electoral de Donald Trump.
Cuatro años después la realidad casi superaba de nuevo a la ficción dejando nuestras calles tan desiertas como el Nueva York por el que paseaba Will Smith al principio del filme Soy Leyenda.
Dos claros ejemplos que reflejan a la perfección el entorno VUCA (por las siglas en inglés de volatilidad, incertidumbre, complejidad y ambigüedad) en el que se ha transformado nuestro mundo en lo que va de siglo.
En este contexto de escasa previsibilidad, en el que las situaciones imprevistas son cada vez más comunes, se incrementa notablemente la dificultad para planificar o prever con alto nivel de concreción los retos a los que cualquier organización, empresa, o territorio habrá de enfrentarse.
Sin perjuicio de lo anterior, detrás de este mundo VUCA en el que es difícil predecir lo que va a pasar mañana, sí existen una serie de vectores con tendencia exponencialmente creciente, que actúan como grandes impulsores del nuevo paradigma, al tiempo que señalan los límites del camino a seguir.
La globalización, la digitalización, o la sostenibilidad son alguno de esos vectores, disruptivos y exponenciales, que han moldeado a las generaciones del nuevo siglo, y que establecen unas nuevas reglas del juego, más líquidas, en ocasiones opuestas a las que conocíamos, en las que ya no se puede usar el pasado como referencia para pronosticar el futuro, y en las que son lo intangible, la flexibilidad, la agilidad, o la tan manida resiliencia, los atributos que tiene que poseer cualquier agenda estratégica.
Creo que si miramos atrás en el tiempo la humanidad siempre ha sido incapaz de predecir con detalle el futuro, pero nunca como ahora ha sido tan consciente de ello.
Desconozco como será la Galicia del año 2030, pero sí estoy convencido de que ese futuro dependerá de la capacidad que demostremos para enfrentarnos en este nuevo contexto, y con estas nuevas reglas, y al menos a los siguientes retos que tenemos ya encima de la mesa.
El reto demográfico.
Galicia lleva muchos años sumida en una deriva constante de decrecimiento y envejecimiento poblacional que, de continuar en la misma tendencia, nos llevaría a perder casi un 5% de población, a incrementar casi 3 años la edad media de los gallegos, superando los 50 años, y mantener tasas de apenas un hijo por mujer, muy lejos de los dos que se consideran necesarios para lograr el reemplazo poblacional.
En 2030 habrá en Galicia 3 personas de 65 o más años por cada niño de hasta 14. El número de mayores pasará de duplicar al de niños, a triplicarlo.
Decía Mafalda en una de sus viñetas que si uno no se apura a cambiar el mundo después será el mundo el lo cambie a uno. La pérdida y el envejecimiento de la población, al margen de cuestiones sociales, conllevarán necesariamente el correspondiente impacto negativo en la capacidad de generación de riqueza, innovación o emprendimiento.
Si añadimos el eje urbano-rural al análisis se puede observar además un proceso de concentración de la población en las áreas ya más pobladas, y un paulatino abandono del rural, acrecentando más si cabe la brecha entre ambas realidades desde todos los puntos de vista. Nos enfrentamos a un reto de revaloración del mundo rural, no como un área de turismo o descanso del urbanita, sino como una alternativa conectada con el mundo y provista de las herramientas necesarias para que la gente haga trabajos que hoy sólo se vinculan al entorno de vida urbano.
El reto del crecimiento económico y la productividad.
La economía Gallega es una pequeña economía: la sexta de España, que a su vez es la cuarta de la UE, que a su vez es la tercera área económica del mundo, tras EE.UU y China.
En el contexto de España, su posición en cuanto a PIB es más o menos acorde a su peso poblacional relativo, aunque esa posición no se mantiene cuando hablamos de PIB per cápita, indicador en el que ocupa el décimo puesto, por debajo de la media estatal. En general, el tejido económico gallego está aquejado de los mismos problemas que el español: falta de dimensión, escasa digitalización, y baja productividad.
En este paisaje de fondo destacan ciertas singularidades, que como en el caso de Inditex y Stellantis Vigo, o marcas de referencia en alimentación como Estrella Galicia han sabido leer el partido, y que demuestran que también desde Galicia se puede alcanzar una posición de liderazgo, siendo al mismo tiempo no sólo un caso de éxito económico, sino también un referente de admiración por parte de todo el mundo, con una clara vocación de orgullo de identidad y preocupación por la sociedad, más allá de la cuenta de resultados.
En un contexto en el que una película surcoreana puede hacer que una pequeña fábrica de patatas de A Coruña se conozca en todo el planeta, existe la oportunidad de repensar nuestra estructura económica, y afrontar el reto de construir sobre nuestras fortalezas y lecciones aprendidas una economía moderna y de futuro, de mayor valor y productividad (entendida como el conjunto de factores que llevan a producir más por persona), basada en la actualización o reinvención de lo tradicional (alimentación o turismo), y la apuesta decidida por sectores de futuro como el tecnológico. La digitalización no es implantar tecnología digital, pero sin tecnología digital no hay digitalización. Galicia necesita más compañías con vocación de competir en este nuevo mundo global y digital, nazcan aquí o que se sientan atraídas por lo que esta tierra les ofrece.
El reto de la capacitación y la captación de talento.
Peter Drucker dijo ya hace mucho tiempo: ‘La cultura se come como desayuno a la estrategia”. La sociedad del conocimiento es la de la cultura corporativa, la capacitación, y el talento. Hoy en día la productividad está asociada más a la calidad que a la cantidad, más al talento del capital humano que a su número. Y la cultura de las organizaciones no es más que la suma de las culturas de las personas que las componen.
La digitalización, la globalización y la dictadura de lo líquido e intangible no sólo transforma modelos de negocio o comportamientos, también tiene su impacto en el mercado laboral. Estudios de la Comisión Europea y otros importantes organismos ya cifraron entre 500.000 y 750.000 los puestos de trabajo sin cubrir durante el año 2020 dentro de la Unión Europea por falta de los perfiles con la formación y competencia adecuadas.
Asistimos a la paradoja de sufrir simultáneamente tasas de paro preocupantes, con indicadores muy desalentadores en determinados segmentos de la población en España, y ausencia de perfiles profesionales preparados para cubrir las demandas del actual mercado de trabajo.
Existe un claro desequilibrio entre oferta y demanda. Especialmente preocupantes son los datos en lo que se refiere a perfiles profesionales con formación digital en las tecnologías más demandadas: la inteligencia artificial, el cloud, el big data, la ciberseguridad, etc.
La tendencia en cuanto al talento digital, y la vista de anuncios cada vez más frecuentes como el de Volkswagen, evidencia una clara orientación a incrementarse todavía más en los próximos años: Volkswagen ha contratado a 10.000 ingenieros para ser una empresa de software: “Si nos quedamos en el hardware nos convertiremos en una ‘commodity’”, afirma su directora en España.
Disponer, en un escenario de talento escaso, de la cultura y las herramientas e instrumentos formativos necesarios – públicos o privados, reglados o no – para garantizar una adecuada formación y capacitación de la población se antoja imprescindible. Y me atrevería a decir que la de explotar nuestras fortalezas y valores diferenciales en la dirección de incrementar nuestra capacidad para atraer talento foráneo no menos deseable.
El reto de la sostenibilidad.
En el seno de las Naciones Unidas, en septiembre de 2015 se aprobó uno de esos documentos al cual sólo generaciones futuras otorgarán su verdadera relevancia con el paso de los años: La Agenda 2030, que contiene los llamados ODS (Objetivos de Desarrollo Sostenible).
Es verdad que no es la primera agenda global publicada por Naciones Unidas, pero es muy especial en el sentido de que por primera vez la concepción en la que descansa entiende que el verdadero progreso solo es posible en sintonía con el entorno natural en el que se desarrolla la vida humana, a la vez que es incompatible con las distintas formas de exclusión social.
La sostenibilidad medioambiental y social es algo que nos interpela a todos, gobiernos y gobernados, urbanitas y aldeanos, sectores público y privado, consumidores y productores. Y lo hace como resultado del mundo global y absolutamente interconectado e interdependiente en el que vivimos, trabajamos, operamos, o compramos.
Ello supone un cambio de paradigma que afecta a todas nuestras actividades, que deben ser diseñadas y ejecutadas virando hacia modelos de desarrollo medioambientalmente sostenibles y socialmente inclusivos.
La sociedad hacia la que nos movemos rechazará cada vez con más fuerza aquellos comportamientos que no estén alineados con esta visión.
Como decía antes, no sé cómo será la Galicia del año 2030, pero sí parece claro que estará muy condicionada por la capacidad que tengamos como colectivo de dar respuesta a los retos anteriores.
De forma muy sucinta, de nuestra pericia para construir un país y una sociedad de la que emane un mensaje de vanguardia y atractivo, en un contexto global, para desarrollar proyectos vitales y profesionales exitosos.
En definitiva con la capacidad de formar, retener y atraer el talento personal y profesional, y de generar un entorno socioeconómico propicio para que este se desarrolle y crezca.
Nadie dijo que fuese sencillo, pero sí existen claras evidencias de que es posible y de cual es el camino: Tener la capacidad de identificar y salvaguardar nuestros valores diferenciales, que los tenemos, y proyectarlos hacia el futuro poniéndolos en juego con ambición en un contexto de competitividad global.
La alternativa es nada más, y nada menos, que la irrelevancia y la desaparición por dilución.
En nuestra mano está la decisión.