Se diría que la realidad renueva sus ciclos a un ritmo que las estructuras educativas no pueden seguir.
Las Universidades y demás centros de formación han cedido su rol de vanguardia y ahora la sociedad mira hacia las grandes corporaciones cuando desea prever y evaluar lo que viene por delante.
Las primeras Universidades que se crearon (Salamanca, Bolonia y París se disputan los laureles de originalidad) implantaron la Filosofía y la Teología como primordiales áreas de conocimiento. El Hombre quería desvelar su papel en el mundo y desentrañar su relación con lo divino. Las élites de la sociedad se preocupaban por el espíritu como esencia y germen de la vida.
Con ritmo distinto en función de los entornos, se fueron añadiendo materias que buscaban explorar la relación del Hombre con el medio. Las Universidades, que basaban su funcionamiento en el método de la lectio y la quaestio –lectura y pregunta–, empezaron a ser no solo centros de formación sino también de investigación. De alguna forma, representaban la punta de lanza de una Sociedad que se preparaba para la gran transformación.
La denominamos Revolución Industrial y con ella llegaron esas organizaciones destinadas a mudar el conjunto de paradigmas que inspiraban hasta entonces nuestra existencia: las empresas. El tejido educativo hubo de adaptarse a esta nueva realidad asumiendo nuevas fórmulas y nuevas áreas de conocimiento. Su presencia se expandió, democratizó y diversificó. En plena efervescencia creadora, surgieron las Escuelas de Negocios como entidades con vocación de “liderar” –se actualizó también el lenguaje– una oferta que debería satisfacer la pujante demanda, que evolucionaba a velocidad de vértigo.
En el presente, se impone una sensación de pérdida del paso. Se diría que la realidad renueva sus ciclos a un ritmo que las estructuras educativas no pueden seguir. Las Universidades y demás centros de formación han cedido su rol de vanguardia y ahora la sociedad mira hacia las grandes corporaciones cuando desea prever y evaluar lo que viene por delante.
Una abrumadora mayoría de las comunicaciones que se producen en el planeta son protagonizadas por máquinas entre sí. Los algoritmos matemáticos dirigen una elevada proporción de las tareas que se ejecutan. La tecnología es capaz de observar la fabulosa acumulación de minúsculos detalles, convertirlos en datos y predecir el futuro con asombrosa precisión. La llamada industria 4.0 amenaza con reducir Internet a un fenómeno menor. El mundo está experimentando una metamorfosis que obligará a revisar hasta las más íntimas convicciones.
No semeja que los modelos educativos actuales se encuentren a la altura del momento. Por más que surjan iniciativas loables (la Open Course Ware o los MOOCs), no parece que los métodos formativos vigentes sirvan para transferir la nueva ola de conocimiento que inundará nuestras empresas y nuestra forma de vida, lo cual ocurrirá más pronto que tarde.